Por Asenet Nava
Una tarde de lluvia, donde el frío entumece los huesos, entré a la sala de estudio de mi casa; todo estaba en su lugar, el escritorio limpio como siempre, los libros estaban apilados, pero había algo diferente en el librero, una singular y pequeña libreta blanca que me remontó a mi infancia en cuestión de segundos. Aquel cuaderno donde mi mamá escribía recetas de cocina, números telefónicos y notas sobre su trabajo.
Al tomar el pequeño cuadernillo y hojear las hojas color café, pensé en la gran mujer que me ha cuidado toda una vida, siempre preocupada por mi estabilidad, mi educación, mi felicidad y mi bienestar. Mi infancia fue dichosa y llena de alegría gracias a su amor y cariño. Cada tarde jugaba conmigo a pesar de las miles de cosas que tenía en su apretada agenda; me brindaba una de las cosas más valiosas de la vida: tiempo, y es que siempre ha estado ahí, en mis triunfos y fracasos. Me remontó a cada momento que hemos pasado juntas, cada abrazo, cada beso lleno de amor, cada caricia. Pienso en todas las veces que me he resfriado y me cubre con una cobija para que mejore. En esta tarde lluviosa, me siento afortunada por estar en una casa donde abunda el amor.