La reunión

Letras y ficción
Créditos de la imagen: Unsplash

Por Estefanía Cervantes

La verdad detrás de los sucesos que ocurrieron meses antes y que provocaron que me mudara a aquella fría ciudad llegó hasta mí en una tarde de café y plática. Era nueva en la ciudad y la vecina que vivía abajo de mi departamento, con quien no estaba familiarizada, me invitó a una pequeña reunión en su casa. Ahí me enteré de todo.

El departamento que había rentado por unos meses era el último en ese edificio tan peculiar. Era un piso muy bonito, a pesar de todo lo que se hablaba del lugar. Estaba situado frente a uno de los parques más bonitos y recurrentes de la ciudad. Las ventanas enormes permitían que la luz se colara a todas horas y se pudiera disfrutar de los atardeceres. Aunque no necesitaba todo el espacio, me sentía tranquila en él. Todavía quedaban un par de cajas del antiguo inquilino, de las cuales no sabía su contenido. Debía enviarlas a una dirección que venía adjunta con los papeles del lugar.

Aquel día de la reunión no estaba de humor para convivir con otras personas, pero algo dentro de mí (aunado a la curiosidad y las preguntas que tenía sobre el lugar) hizo que me presentara a la hora acordada. Mi vecina era una mujer de estatura baja, cabellos rubios y rizados y una mirada bastante profunda. Me recibió con mucho ánimo y me presentó a sus amistades. De pronto, alguien hizo la pregunta que deseaba tanto que me hicieran:

—Entonces, ¿también vives en este edificio? ¿En qué piso estás?

Yo respondí tranquilamente. —Así es, estoy en el apartamento 1012. 

Quienes estaban a mi alrededor se sorprendieron y se voltearon a ver. Por supuesto, no se me había hecho raro, yo esperaba esa reacción, pero fingí cierta conmoción por la respuesta recibida. 

—¿Qué pasa?—, pregunté con un toque de preocupación fingida en mi voz. Nadie respondía, a lo que volvía a preguntar. —Cielos, no me dejen así, ¿qué pasó? ¿Por qué esa reacción? 

Mi vecina, quien supongo creía tenerme más confianza, me volteó a ver y me dijo que más noche hablaríamos al respecto.

—Por ahora, sírvanse lo que gusten y disfruten.

Pasadas unas dos horas de conversaciones superficiales y respuestas que en realidad no interesaban, se acercó a mí una mujer mayor. Su cabello reflejaba sus años y las arrugas de sus ojos eran similares a esas líneas que las dunas dibujan. Se notaba que había bebido bastante durante la fiesta y su mano aún se aferraba a una copa semivacía de vino tinto.

—Entonces, ¿qué te parece la vista desde tu nuevo departamento? ¿Ya disfrutaste de los atardeceres?

Le sonreí y decidí ser cordial con ella, ya que parecía tener cierta información que necesitaba. 

—Me encanta. De hecho he decidido no poner persianas ni cortinas. Sería un desperdicio no ver todos los días el verde de los árboles del parque, ¿no cree?

—Totalmente, totalmente—, respondió, con una voz que arrastraba lentamente.

—Pero a ver, dígame algo—, le dije en un tono bajo— ¿cómo sabe usted cómo son mis ventanas? Tengo entendido que ese último piso tiene un diseño diferente al resto del edificio—.

—¡Ahhh!, me ha atrapado, ¿eh? —contestó casi gritando. Yo me sobresalté y pensé que no lograría mi objetivo. Sin embargo, su grito ayudó a que un par de personas más se acercaran y se unieran a la conversación. 

—¿De qué hablan? —, preguntó uno de ellos con una cara bastante curiosa.

—Aquí, nuestra nueva inquilina no está enterada de nada—, dijo, dirigiéndose a los demás. —Mire—, susurró, volteándose hacia donde yo estaba, —esas historias no las andamos contando por ahí, porque ya sabe, en este país hasta las paredes tienen oídos—.

—Y no se diga de los ojos que todo lo ven—, dijo uno de los hombres, interrumpiéndola con un tono irónico.

La mujer asintió y continuó. —Pero le seré honesta, usted nos ha caído muy bien, a pesar de que no la conocemos mucho. ¡Vaya, ni siquiera sabemos a qué se dedica! Así que le contaremos por qué conocemos ese lugar.

Yo por dentro me sentía muy emocionada, no podía creer que en mis primeras noches en esa ciudad podría conseguir lo que sería una de las historias que marcarían el resto de mi carrera. Por eso, decidí no revelar aún mi profesión ni el porqué me encontraba ahí, aunque sabía que después sería necesario si quería llevar a cabo un trabajo con total responsabilidad.

La mujer se quedó callada un par de segundos, se acercó a otra mesa y se sirvió más vino. Regresó inmediatamente con nosotros y prosiguió. —¿Usted sabe desde hace cuánto había estado desocupado su actual hogar? Me le adelanto en caso de que no lo sepa: llevaba así casi un año. Nadie había querido rentarlo por temor.  Sí, por temor, así como lo oye. Y mire, no se espante, no estamos hablando de fantasmas, al menos no de los que se aparecen en la oscuridad y se dedican a asustar a las personas. Hablamos de algo más tangible, de una tragedia que no debió haber ocurrido. 

El ambiente se había vuelto tenso y silencioso. Cada vez más personas iban acercándose a nosotros y escuchaban con atención mientras bebían de sus copas.

—Hace unos años, un hombre, ya mayor, llegó a habitar el departamento. Vivía solo, sus hijas, dos muchachas muy dulces, venían a visitarlo cada que podían. Aunque bueno, la verdad es que era muy seguido, tanto así que nosotros las conocíamos muy bien. Siempre que se iban, nos pedían que cuidáramos de su padre. De vez en cuando llegaban con bolsas llenas de libros. Al señor le gustaban mucho las novelas de suspenso y ellas le traían todas las obras que podían para que así se distrajera. Su mujer había fallecido un par de años antes y la soledad era parte de sus días. No hablaba con nadie, muy rara vez lo veíamos salir de ese lugar, aunque algunos de nosotros entrábamos para ayudarle con ciertas cosas, por eso lo conozco por dentro. Todo fue calma durante mucho tiempo. Hasta que un día la policía vino a tocar su puerta…

—O más bien, a derribarla— dijo otro de los asistentes casi gritando.

—Así es. Llegaron, sacaron al hombre a golpes y se lo llevaron. Durante un tiempo, ya no supimos nada de él. Sus hijas mandaron por sus cosas. En las noticias habían mencionado que este mató a seis personas a lo largo de los años. Por miedo a preguntar y a que se nos involucrara, nadie volvió a hablar del tema. Pero un día, mientras hacía mis compras en el supermercado de la esquina, su hija la más pequeña se acercó a mí. Se veía pálida y me dijo que tenía que hablar conmigo. Yo acepté, en parte para saber realmente qué había sucedido con su padre y también porque se veía muy desesperada. Cuando nos sentamos a tomar un café en mi apartamento, pidió de inicio que le creyera, que su padre no era el criminal que decían que era y que estaba segura de que este moriría en prisión. 

Se calló por unos instantes. Yo ya me sentía inmersa en esa atmósfera que nos envolvía a todos y nos hacía respirar lentamente. Mi mente estaba en blanco, como hipnotizada por el relato.

—Finalmente, decidió contarme la verdad del caso de ese hombre tan taciturno—, mencionó la mujer de cabellos blancos. —Como usted sabe —dijo dirigiéndose hacia mí— los policías de esta ciudad tienen fama de ser impecables con su trabajo. Si va a sus oficinas, estas están llenas de brillantes premios y reconocimientos por todos lados y por todas las autoridades posibles. La ciudad, por supuesto, se enorgullece de ellos. El crímen aquí es bajísimo y no habíamos pronunciado la palabra “asesinato” en décadas. Eran ciertamente queridos por nosotros. Hasta que nos contaron lo que hicieron con ese hombre.  

Ahí estaba. Esa respuesta que tanto había buscado en informes y documentos. Lo que más anhelaba. Sin embargo, me sentía mal porque responderían a mi quehacer de periodista sin que se enteraran que ese era realmente el propósito. Así que decidí interrumpirla.

—Antes de que continúe, debo decir algo. Probablemente me arrepienta de hacerlo, pero no podría abusar así de su confianza y lo que cuenta. Vine aquí con un propósito muy claro y ese es descubrir la verdad del caso al que se ha referido toda la noche. Usted está por darme algo invaluable y sería injusto que yo no le dijera quién soy realmente. Esa historia, la que tanto había seguido y que me ha provocado noches de insomnio, forma parte de un trabajo que persigo desde hace meses como periodista. Lo siento mucho si ya no quiere seguir y develar la verdad, pero no podía quedarme así, sin decirle la mía.

Hubo un silencio sepulcral, tanto así que si una aguja hubiera caído en ese instante, todos la hubiéramos podido escuchar sin problema. Me sentí muy observada y atemorizada de lo que pudiera ocurrir después. Sin embargo, la mujer me tomó del hombro y siguió.

—¡Lo hubiera dicho antes! No sé si esto sea parte de sus hipótesis, pero créame que hemos hecho lo posible por gritarlo y que se enteren de la verdad, pero cada vez que lo intentamos, esos malditos vienen a hostigarnos y hacernos callar. Y es que, fíjese, esos asesinatos no los cometió nuestro vecino. Pobre. No. Antes de eso, ¿ha escuchado hablar del premio internacional de seguridad que ofrece cierta organización de paz? Bueno, si lo ganáramos podría hacer que dejáramos de trabajar y viviéramos cómodamente. Adivine quién más había pensado en eso. 

La miré intentando descifrar y adelantarme a su respuesta. Mi cabeza estallaba a cada palabra que salía de su boca. Pasó un segundo que fue eterno. Así que decidí responderle con lo primero que me vino a la mente.

—¡La misma policía! 

Todos me vieron y sus cabezas se movieron al mismo tiempo, asintiendo y dándome la razón. No podía creerlo. El misterio que tanto venía persiguiendo estaba ahí afuera. Después de tanto, era bastante obvio para mí, ya que tiempo después del arresto de aquel hombre, la comisaría del lugar había recibido ese premio tan codiciado y estos eran recibidos en todos lados como unos héroes.

Necesitaba poner mis ideas en orden, por lo que agradecí la confianza que me habían dado al contarme todo lo que sabían y me marché, dejando la reunión que de un momento a otro, se había vuelto más animada. Tenía que regresar a ese departamento.

Cuando entré, la luz del pasillo iluminó las cajas que debía enviar. Decidí hurgar en ellas. Ciertamente, estaban llenas de libros que contaban historias de detectives y villanos en forma de gobiernos totalitarios. Hasta el título de 1984 se repetía varias veces en forma de diferentes ediciones. Al abrir la más llamativa de estas, un libro rojo con un ojo negro y blanco en la portada, cayó un papel con direcciones y nombres. Los reconocía todos. Pertenecían a las familias de las personas asesinadas por la policía. Al parecer, el dueño de esos libros también había realizado su propia investigación. El resto de las respuestas fueron cayendo de otros títulos. Papeles y discos llenos de pruebas se revelaban ante mí. 

De repente, vi a través de las enormes ventanas las características luces de unas patrullas y se oía mucho bullicio abajo. ¿Era momento de huir?         


Estefanía Cervantes

Comunicóloga en proceso por la UNAM. Está decidida a ser periodista. Le interesa desarrollar temas sobre seguridad, derechos humanos y crisis climática. Ama la investigación, la fotografía, mirar las estrellas y el buen vino. Su sueño más loco es convertirse en documentalista. Siempre lleva un libro en la bolsa. Adora que sus amigos le pidan recomendaciones de cine y música. Escribir se ha vuelto su más grande pasión. Tiene un gato llamado Magnus.

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