Escribimos desde las heridas

Género
Reflexión
Créditos de la imagen: Leah Kelley para Pexels

Por Diana León

Escribir no es sencillo, se requiere de espacios de imaginación, de ponerte un espejo frente a ti, dar un paseo por tu cuerpo, tus recuerdos, tus emociones y todo lo que te constituye como escritora. Es rebuscar entre tu mente las palabras que suenan mejores, leerte en voz alta, sentir cada frase y cada oración, hacer de cada letra una corazonada. 

Escribir es crear, es sentirte inventora de un mundo nuevo, un sitio lleno de ti, de tus vivencias, de esa gente con la que has crecido, de tus recuerdos de infancia, como la primera vez que abriste un libro y te volviste adicta al olor a páginas nuevas. Por eso, la escritura es colectiva, porque no solo le pertenece a quien la plasma, es también obra de quien inspira, quien te lee, te corrige, respeta tus momentos de creación, de las personas que te miran soñar y te acompaña en silencio.

Y frente a todo lo maravilloso que es la escritura, también es un antídoto para sanar, porque la primera vez que redacté algo sobre feminicidios tenía miedo y pánico, pero plasmar lo que sentía y leer a otras me ayudó a tomar coraje y seguir en la lucha; he encontrado un espacio de resistencia y amor. 

Por supuesto, también está el lado oscuro, el de las heridas de violencia, de abandono, de traición, de miles de emociones que se postraron en mi cuerpo, de cicatrices que marcan. Al escribir también te acuerdas de la primera vez que se burlaron de tu físico o te hicieron un comentario gordofobico, esos que te hacían sentir chiquita y te encerraban en tus inseguridades. 

Son situaciones de las que escribes porque las viviste, como la vez que te aplicaron gaslighting y solo sentías culpa, dudabas de ti, de tus sentires, de lo que sabías, lo que escuchabas y, de nuevo, te sentiste chiquita, encerrada en una relación que poco a poco te consumía, abriendo heridas que no cerraste hasta muchos años después, y que durante todo ese proceso de sanación solo escuchabas como la gente te decía que “no era para tanto”.

Escribes por todas las veces que hablaste con un nudo en la garganta de tu experiencia, misma que durante años te llevó a creer que no eras merecedora de amor, que te hacía pensar que nunca nadie te iba a tomar en serio, porque creías que eso que tenías era amor, hasta que con el paso del tiempo aprendiste que nunca es sinónimo de violencia y que se construye desde el respeto, la cooperación mutua, la responsabilidad. 

Hay cicatrices que estuvieron y siempre van a estar, porque son parte de lo que soy ahora, y si las enuncio no es para dar lástima, no es para hacerme chiquita de nuevo, es para gritarle al mundo que yo escribo desde ellas y que otras mujeres también. Y que no nos da pena, pues nunca fue nuestra culpa. No nos merecíamos los golpes, las burlas, la violencia, el odio, y el juicio con el que fuimos señaladas. 

Hoy nos posicionamos desde las cicatrices porque somos sobrevivientes de una guerra que nos hace menos, que minimiza nuestros escritos por ser “demasiado sentimentales”. ¿Cómo quieren que escribamos? ¿Quieren que hablemos de nosotras como lo han hecho los hombres? ¿Que nos pongamos como personajes secundarios: fieles damiselas en la espera de su amor? No, hablaremos de lo que no les gusta leer, de cómo hemos resistido, cómo la escritura muchas veces nos sacó a flote, nos sanó. 

Porque lo que no se nombra no existe, y nosotras existimos, así como la violencia que nos reduce, y si como sobrevivientes nuestra historia puede servir para que otra también salga con vida, la seguiremos contando, en poemas, en novelas, en pódcast, en todos los medios que puedan imaginar. 

Hoy escribo desde las malas experiencias, pero también desde la llama de la resistencia, el fuego incandescente que no se apaga, la revolución que se da hasta en pequeños grupos de estudio, la red de amor que se crea entre amigas. Tomamos la pluma y sostenemos, porque otros mundos son posibles.

Escribir no es sencillo, se requiere de espacios de imaginación, de ponerte un espejo frente a ti, dar un paseo por tu cuerpo, tus recuerdos, tus emociones y todo lo que te constituye como escritora. Es rebuscar entre tu mente las palabras que suenan mejores, leerte en voz alta, sentir cada frase y cada oración, hacer de cada letra una corazonada. 

Escribir es crear, es sentirte inventora de un mundo nuevo, un sitio lleno de ti, de tus vivencias, de esa gente con la que has crecido, de tus recuerdos de infancia, como la primera vez que abriste un libro y te volviste adicta al olor a páginas nuevas. Por eso, la escritura es colectiva, porque no solo le pertenece a quien la plasma, es también obra de quien inspira, quien te lee, te corrige, respeta tus momentos de creación, de las personas que te miran soñar y te acompaña en silencio.

Y frente a todo lo maravilloso que es la escritura, también es un antídoto para sanar, porque la primera vez que redacté algo sobre feminicidios tenía miedo y pánico, pero plasmar lo que sentía y leer a otras me ayudó a tomar coraje y seguir en la lucha; he encontrado un espacio de resistencia y amor. 

Por supuesto, también está el lado oscuro, el de las heridas de violencia, de abandono, de traición, de miles de emociones que se postraron en mi cuerpo, de cicatrices que marcan. Al escribir también te acuerdas de la primera vez que se burlaron de tu físico o te hicieron un comentario gordofobico, esos que te hacían sentir chiquita y te encerraban en tus inseguridades. 

Son situaciones de las que escribes porque las viviste, como la vez que te aplicaron gaslighting y solo sentías culpa, dudabas de ti, de tus sentires, de lo que sabías, lo que escuchabas y, de nuevo, te sentiste chiquita, encerrada en una relación que poco a poco te consumía, abriendo heridas que no cerraste hasta muchos años después, y que durante todo ese proceso de sanación solo escuchabas como la gente te decía que “no era para tanto”.

Escribes por todas las veces que hablaste con un nudo en la garganta de tu experiencia, misma que durante años te llevó a creer que no eras merecedora de amor, que te hacía pensar que nunca nadie te iba a tomar en serio, porque creías que eso que tenías era amor, hasta que con el paso del tiempo aprendiste que nunca es sinónimo de violencia y que se construye desde el respeto, la cooperación mutua, la responsabilidad. 

Hay cicatrices que estuvieron y siempre van a estar, porque son parte de lo que soy ahora, y si las enuncio no es para dar lástima, no es para hacerme chiquita de nuevo, es para gritarle al mundo que yo escribo desde ellas y que otras mujeres también. Y que no nos da pena, pues nunca fue nuestra culpa. No nos merecíamos los golpes, las burlas, la violencia, el odio, y el juicio con el que fuimos señaladas. 

Hoy nos posicionamos desde las cicatrices porque somos sobrevivientes de una guerra que nos hace menos, que minimiza nuestros escritos por ser “demasiado sentimentales”. ¿Cómo quieren que escribamos? ¿Quieren que hablemos de nosotras como lo han hecho los hombres? ¿Que nos pongamos como personajes secundarios: fieles damiselas en la espera de su amor? No, hablaremos de lo que no les gusta leer, de cómo hemos resistido, cómo la escritura muchas veces nos sacó a flote, nos sanó. 

Porque lo que no se nombra no existe, y nosotras existimos, así como la violencia que nos reduce, y si como sobrevivientes nuestra historia puede servir para que otra también salga con vida, la seguiremos contando, en poemas, en novelas, en pódcast, en todos los medios que puedan imaginar. 

Hoy escribo desde las malas experiencias, pero también desde la llama de la resistencia, el fuego incandescente que no se apaga, la revolución que se da hasta en pequeños grupos de estudio, la red de amor que se crea entre amigas. Tomamos la pluma y sostenemos, porque otros mundos son posibles.


Diana León

Soy una morrita que estudia Sociología. Me gusta escribir en mis ratos de inspiración. Bailar y cantar a todo pulmón me relaja en mis días de estrés. Amante de los perritos, el chocolate y la crema de cacahuate.

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