El último aliento

Letras y ficción

Por Ivette Moreno Islas

Hoy desperté con la sensación de tocar las estrellas. La energía con la que me movía para hacer mis actividades me hacía sentir contenta. Mi último día en la universidad estaba lleno de matices; los días que ya no volverán dejan grandes vacíos. Antes de salir de casa preparé mi mochila, me até ambos tenis, me coloqué un suéter que me cubría perfectamente la parte baja de mi espalda y me hice una coleta alta. 

Salí tras haberle dado un beso a mamá, con una sonrisa de oreja a oreja. Mis emociones afloraban por todos lados, tenía sentimientos encontrados y muchas ganas de saber que estaba por venir en este camino que estaba forjando. 

Como cualquier otro día, me subí al transporte y esperé a que esta se llenara, me puse mis audífonos y le di play a la última canción que se había quedado a la mitad. Unos minutos más tarde la combi estaba en marcha; miré por la ventana contemplando el cielo azul sin ninguna nube y el sol, con cada rayo, acariciaba a las personas que caminaban por la calle. 

Conforme pasaban los minutos, yo estaba más cerca de mi destino. Bajé del transporte y atravesé la avenida en dirección al metro, esa era una hora concurrida; pasé mi tarjeta y me adentré al subterráneo. 

Este tardó unos segundos en llegar. Al ver tanta gente y que no me era posible abordar decidí esperar sin saber lo que estaba por pasar. Al cerrarse las puertas, levanté la vista y me encontré con una persona mirándome fijamente y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Traté de disimular y aparté la vista inmediatamente, sin embargo, aún sentía esa mirada sobre mí, así que cuando llegó el siguiente metro, aceleré mi paso y entré lo más rápido posible. 

Un poco más tranquila, traté de regular mi respiración. Pasaron cinco estaciones hasta mi parada y al salir, descubrí que la persona que me miraba descaradamente también había descendido del metro. Mi cuerpo se paralizó e intenté regresar al vagón, pero las puertas ya se habían cerrado. Traté de disimular indiferencia y caminé un poco rápido hacia la salida, lo hice rápido sin molestarme en mirar atrás, pero sabía que alguien me seguía; me giré lentamente y ahí estaba, tras de mí, ese desconocido de hace unos momentos. 

Mi respiración se agitó, mis manos temblaban, mi corazón palpitaba muy rápido. Corrí y corrí el camino que restaba para llegar a la facultad. Solo cinco minutos, los cuales  sentí una eternidad. Le mandé un mensaje a mi mamá diciéndole lo mucho que la amaba, que no creyera nada que se dijera; millones de imágenes me llenaron, las lágrimas corrían por mis mejillas, miré a todos lados buscando ayuda, pero no había nadie, los puestos de vigilancia estaban vacíos. 

Mi mente se nublo, no pude pensar más allá de que era mi última vez.

Pude escuchar a mi madre llorar todas las noches, desesperada por encontrarme; pude ver las noticias amarillistas que saldrían; pude ver la culpa que se colaría por los espacios blancos señalándome de provocativa, irresponsable; me culparían por lo que me pasó y yo no tendría manera de defenderme. Pensé en las miles de historias, en todas esas mujeres que salían como cualquier día hacia la escuela, al trabajo o con amigos, y que ya no regresaban. 

Me sentí tan triste porque no cumpliría mis sueños, ya no vería un nuevo amanecer, no sentiría los brazos de mamá, no estaría otro domingo con mi familia, no estaría en ese futuro que se abría para darles la bienvenida. 

Me sentí frustrada porque quienes se hacen llamar instituciones o autoridades y que me habían fallado, nos habían fallado. 

Me sentí destrozada cuando descubrí que por ser mujer era degradada, violentada y torturada. Entendí que la estructura sobre la cual se rige nuestra sociedad no protege a las mujeres. Una tristeza se coló en mi interior al ver cómo mis hermanas desaparecen día a día, cómo las cifras no  significan nada, cómo mi género me hacía tan vulnerable que cualquier persona se siente con el derecho de invadir mi espacio y ponerme una mano encima.

Lloré tanto cuando el último aliento abandonó mi cuerpo.


Ivette Moreno Islas

Estudiante de la licenciatura de Relaciones Internacionales en la UNAM. Entusiasta por la lectura y por descubrir nuevos mundos a través de las letras. La escritura se ha vuelto su mejor amiga estos años donde persiste la incertidumbre. 

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