Por Estefanía Cervantes
Llueve. Las lágrimas caen como las gotas de la lluvia en la ciudad, que la llena de un color melancólico. Lágrimas con sabor amargo en la boca, una tras otra. Lo inundan todo: la cocina, la sala, el estudio. Mojan la almohada blanca, que se convierte en una cómplice del sentimiento, que la abraza y la hace sentir acompañada en su desahogo.